sábado, 3 de enero de 2015

Cuento de navidad



Era una gran casa gris en medio de un páramo umbrío.
Tenía un jardín abandonado en el que luchaba por crecer una melancólica palmera bajo cuyas grandes hojas grises crecían hongos, musgos, telarañas, ortigas y un avispero ronroneante, un avispero acechante con un millar de afilados ojos verdes de avispa. Y en el jardín abandonado también crecían unas pequeñas y frágiles flores amarillas cuyo color no se veía. Negros mirlos picoteaban aquí y allá con sus picos naranjas, riéndose de la oscuridad, burlándose de ella, jactándose de sus brillantes y alegres picos naranjas que crecían de entre sus negras plumas.
Y por los gruesos muros grises de la casa trepaba una enredadera sin hojas: puro palo retorcido y fibroso como los dedos de una anciana. Trepaba y trepaba, y llegaba hasta las ventanas de arriba, las de la segunda planta, y las rodeaba enmarcándolas con su madera seca.
Y los pilares de la casa estaban hechos de huesos y su tejado de suspiros, y por su chimenea nunca salía humo, si no esperanzas.
Y delante de la gran casa se extendía el páramo. Y detrás de la casa, también se extendía el páramo. Y a ambos lados, continuaba el páramo. Y el páramo era pardo, o gris; un color sin nombre que se extendía hasta donde la vista alcanzaba. Y en él sólo crecía una fina hierba parda (o gris) que alcanzaba toda la misma altura.
Y sobre la casa, el jardín y el páramo, un cielo que no era cielo si no techo.

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