Todo el mundo sabe que hay que ser educado.
Todo el mundo sabe que hay que ser tolerante.
Todo el mundo sabe que hay que ser justo.
Todo el mundo sabe que hay que ser honesto.
Todo el mundo sabe que hay que ser
trabajador.
Todo el mundo sabe que hay que ser sincero.
Todo el mundo sabe que hay que ser alegre.
Todo el mundo sabe que hay que ser
equilibrado.
Todo el mundo sabe que hay que ser bueno.
Todo el mundo sabe que hay que ser feliz.
Todo el mundo lo sabe.
Y como todo el mundo veía que él aún no
estaba seguro de cómo hacerlo, aprovechaban para predicarle lo que ellos
sabían. Y entonces todo el mundo le adoctrinaba sobre cómo hay que actuar y
también sobre cómo hay que pensar.
Y cada uno afirmaba una cosa distinta, lo
cual nunca le pareció mal, pero a la vez sorprendentemente ninguno albergaba
duda alguna acerca de nada. Y era esa convicción sin condicionales lo que
provocaba un hondo rechazo en él Ese fundamentalismo de las propias impresiones era lo que les hacía perder, a su parecer, toda credibilidad.
Y fue así como poco a poco todo el mundo llegó
a perder para él toda credibilidad.
Y así fue como se le hizo insoportable vivir rodeado de toda esa gente en la que no creía.
Y ahora está a años luz de todo el
mundo, gracias a lo cual ha conseguido conciliarse con sus dudas y vivir por fin
tranquilo.